Antes de dar a luz no daba tanta importancia a cómo iba a alimentar a mi bebe, decía que, si no podía ser dándole el pecho, no pasaba nada, le íbamos a dar leche de fórmula y ya está.
En el momento en que le vi por primera vez, algo en mí cambió y me dije que no puede ser tan difícil esta aventura, ¡que hay que intentarlo sea como sea!
Después de dar a luz, nos llevaron a la habitación e hice piel con piel con el bebé para que se enganchará al pecho. Hacía como el amago, pero al principio no mamaba bien del todo.
Cada enfermera que entraba nos ayudaba y nos daba como una masterclass de cómo tiene que mamar y así sucesivamente durante los 3 días que estuvimos ingresados. A veces, parecía que lo hacía bien, pero luego dábamos otro paso para atrás. Estábamos cansados, frustrados y asustados porque no sabíamos qué esperarnos. El bebé lloraba bastante por la noche, pero por lo menos cuando le ponía al pecho se tranquilizaba.
Cuando llegamos a casa, ya no había ni enfermeras, ni médicos para que nos ayuden…éramos los 3 solos y empezaba el camino agridulce de nuestra experiencia. Andréi al principio no era muy glotón que digamos, y como suele pasar se quedaba dormido en la teta. Por las noches era cuando me agobiaba más porque apenas comía, aunque me tiraba casi dos horas intentándolo en cada toma. Poco después, empecé con las ingurgitaciones una tras otra, debido a que el bebé no terminaba de hacer un buen agarre.
Todo esto hasta que la enfermera Lola me enseñó cómo abrirle bien la boca antes de ponerle a comer. También ella me tranquilizó diciéndome que tenía mucha leche, y que era capaz de amamantarlo sin ningún problema. Era cuestión de tiempo y que yo me relajara. Como madre primeriza, empezaba a dudar si no tenía suficiente leche, o si no sabía hacerlo bien. Pensaba «cómo puede ser tan difícil cuando en las películas todo parecía súper fácil…».
Cuando por fin todo parecía que iba bien, empezaron a dolerme los pezones con cada toma y cada vez el dolor iba a más. Resulta que tenía una perla de leche, cosa que no sabía ni siquiera que existe.
Según las recomendaciones de Lola, me la tuvo que pinchar con una aguja esterilizada y, luego, poner rápido al niño a mamar. Luego tuve más perlas, y no entendía por qué si el niño ya mamaba correctamente. Estaba muy desanimada, con los pezones súper doloridos y sin entender por qué no podía tener una lactancia normal, sin dolor, como había leído que debe ser. Al final, con un tratamiento de probióticos, la cosa fue a mejor y, por fin, podía disfrutar con mi bebé al pecho sin ningún tipo de molestias.
Cuando Andréi tenía 3 meses, más o menos, empezó a rechazar el pecho por las noches. Se enfadaba, lloraba, no quería dormir y yo sin entender qué pasaba. Lo que tenía era una crisis de lactancia. Se conoce que, pasado este tiempo, el cuerpo sabe la cantidad de leche que tiene que producir y tarda más en salir. Cosa que un bebé no entiende y no tiene paciencia hasta que la leche salga.
Noche tras noche, así, hasta que cedí y mi pareja y yo decidimos a darle un biberón con leche de fórmula. Pasado este episodio, pasamos a otro cuando empezaron a salirle los dientes y me mordía los pezones. Temía ponerle a mamar porque no sabía cuándo le daba por mordisquearlos. Al final, tras insistir con firmeza, pero con delicadeza que eso hacia daño a mamá, pasamos está etapa también.
Pasados los 5 meses de baja, me tenía que incorporar a trabajar y quería seguir con la lactancia materna. La enfermera Lola me aconsejó que le quitara las tomas una tras otra, dos semanas antes de mi incorporación. Así lo hice y funcionó. Le dábamos leche de fórmula por la mañana y por la tarde cuando llegaba seguíamos con la teta.
Tampoco me libré de la muy temida mastitis. Cuando el niño tenía casi un año, empecé a sentirme mal, con fiebre y demás… fui al médico, me dieron antibiótico y la cosa mejoro rápido.
Ahora, llevamos casi 22 meses de lactancia y es todo tan natural… No sé ni cuándo ha pasado tanto tiempo. Pero desde luego nunca imaginé que alimentar a mi bebé fuera tan gratificante y bonito el vínculo que se forma desde el primer momento. Para mí, no ha sido un sacrificio en ningún momento, todo lo que he hecho ha sido porque así lo he sentido y he intentado hacer lo mejor posible.
Quiero agradecerle a mi pareja por su apoyo, su ayuda y, sobre todo, su comprensión. Y también darle las gracias a mi hijo, porque gracias a él he aprendido a ser más fuerte, a valorar mucho más el tiempo y la vida.
‘Mamá, maravillosa maternidad’ 19