‘Mamá, maravillosa maternidad’ 19

“Si otras mujeres pueden, yo también puedo”, me decía interiormente mientras con una mano me tapaba la cara con un cojín para contenerme el dolor y las lágrimas y, con la otra mano, sujetaba a mi bebé lactando, aunque en ese momento en vez de un bebé al pecho parecía que tenía un perro arrancándome el pezón. Y es que creo que en la maternidad/paternidad la expectativa versus la realidad distan mucho. Tras 44 horas desde las primeras contracciones, di a luz por parto vaginal a mi hija Nadia el día 22/09/2019 a las 23:40h. Después, según todo lo que había leído, venían dos maravillosas horas de piel con piel y el comienzo de la lactancia materna. Pero no fue así, ya que durante el proceso de parto mi bebé tragó liquido con meconio y a los pocos segundos de estar encima mío se la llevaron para atenderla. Pensé que serían unos minutos el estar alejadas y que pronto me la traerían de nuevo a mi regazo, pero yo volví a la habitación de dilatación y el papá se fue con la bebé para no perderla de vista. Era algo que habíamos hablado antes de dar a luz, que, si por algún motivo se llevaban al bebé de nuestro lado, él se desentendiera de mí y estuviera con ella fuera donde fuese. El papá me iba informando de cómo estaba ella vía móvil. 

Mirándolo fríamente, estaba recién parida, sola, en la habitación donde hacía unos minutos estaba pujando para conocer a mi bebé. Hasta la matrona me dijo que si quería que entrara alguien de mi familia para estar acompañada, a lo que yo le dije que no hacía falta. Lo único que quería en ese momento era estar los tres juntos, tal y como había imaginado en mi mente. Sobre las 2 de la madrugada, me llevaron a la habitación de planta y, una vez me dejaron allí, me levanté de la cama como un resorte y me fui directamente a la UCI para verla. En esos momentos, el dolor pasaba a un segundo plano y lo único importante era reencontrarme con mi hija. 

En la UCI, la tenían en una incubadora cerrada con mil y un artilugios: cepap, vía con suero, sonda al estómago… ¡qué duro fue verla así! Mi instinto sólo quería abrazarla y protegerla, pero me tuve que conformar con meter mis manos dentro de la incubadora y acariciarla para poder estar de nuevo juntas. Me imaginaba que estaría así unas horas y volveríamos los tres a la habitación; yo seguía con mi pensamiento idílico. Dado que era de madrugada, nos dijeron que nos fuéramos a descansar y que volviéramos por la mañana, que lo mismo ya le darían el alta. Esas horas fueron eternas y, pese a haber estado ya dos noches sin dormir, no podía conciliar apenas el sueño. A las 9, volvimos a la UCI al reencuentro con nuestra bebé. Ya la habían quitado la cepap, pero seguía con una vía y una sonda. Y vuelta a poner mis manos en su cuerpo para que se sintiera protegida, y yo también. A media mañana, una de las enfermeras me preguntó si me había extraído leche. ¿Leche? La verdad que era lo último que tenía en mente, no había ni caído en sacarme leche y nadie me lo había dicho hasta entonces. Mi deseo era desde el principio darle leche materna por todos los beneficios, pero debido a todo lo ocurrido, ¡ni lo había pensado! Y allí, en la UCI, con un sacaleches, fue como empezó mi experiencia con la lactancia.

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